Sesión
del 29 de Septiembre de 1949, de la Honorable Cámara
de Diputados de la Nación Argentina. Oficiaba de Presidente
de la Cámara, Héctor J. Cámpora. En la misma
se votó el desafuero del presidente de la bancada radical,
el Dr. Ricardo Balbín, quien pronunció este discurso
en su defensa:
"Se va a tratar de suspenderme en el ejercicio de mis funciones,
en virtud de un proceso por desacato, motivado por un discurso que pronunciara
en una asamblea de mi partido.
Ha dicho bien el señor diputado Vítolo cuando afirmó
que no soy capaz de rectificaciones. No porque considere que la defensa
no es un derecho, sino porque en estos trances los hombres públicos
no defienden sus derechos, sino que tienen que prestigiar a los hombres
que los escuchan y que los quieren. ¡Cómo puedo decir ante
muchos, lo que sea capaz de negar después ante un juzgado!.
Mis afirmaciones son claras y limpias, decididas y categóricas.
Son mi lucha, mi modo de vivir; mi contribución modesta a la República.
Yo no tengo la culpa de mi lenguaje, a mí me lo enseñó la adversidad.
No alcanzo a comprender cómo los hombres pueden juzgar situaciones
según la medida del término que se use. A mí no me
ofende el término; me ofende la intención. Repito que no
alcanzo a comprender cómo la civilización tiene que llegar
a tanto como para que en nombre de las sutilezas del lenguaje se pueda
ofender sin ofender; se pueda desacatar sin estar en desacato.
Yo prefiero lo otro: el lenguaje popular y llano, para que el pueblo entienda
con rudeza las cosas rudas de la Nación. Cuando el Estado se desenvuelve
normalmente dentro de una concepción democrática, creo que
todos los hombres que actuamos en política tenemos que superamos
para superar al pueblo. Si hemos alcanzado una cultura, debemos tratar
de volcarla para educar al pueblo. Si hemos alcanzado una experiencia,
mostrar nuestra experiencia, para que le sirva a quienes no tengan tiempo
para experimentar.
Pero tiene que abandonarse un poco ese léxico docente cuando la
vida de un hombre se ha desarrollado en las luchas por las cosas del país
y se ha desenvuelto en el ambiente en que yo he vivido mi vocación
cívica.
Aprendí a hablar este lenguaje desde 1930 en adelante. Lo utilicé
contra la dictadura de Uriburu y lo fuí usando durante el largo
fraude que imperó en mi Provincia, donde a veces dejamos de hablar
para romper urnas, obligados a dignificar la conciencia ciudadana. Eran
épocas de intimidación popular. Había un ambiente
de intimación, y los pueblos no se sacan del estado de intimidación
con versos, sino mostrando el coraje civil de los que son capaces de jugarse
por el pueblo.
Así viví mis años de lucha ciudadana desde 1930 hasta
hoy. Y ahora me encuentro frente a esta ficción que me entristece.
Algunos de los que han de votar esta tarde me aplaudían cuando
usaba este lenguaje contra Uriburu. Muchos de los que han de votar esta
tarde eran mis amigos en la lucha contra el fraude. ¿Qué
culpa tengo yo si sigo creyendo lo de antes y ellos han cambiado, lealmente,
sus convicciones? Pero no se puede diferenciar el concepto para modelar
nuevas voluntades. Yo no he cambiado. Soy el mismo. ¡Y seré
el mismo! Porque este es ya un deber que se adquiere a cierta edad en
la vida cívica, no para usufructuar cosas, sino para dignificar
pueblos.
He de resultar torpe en la expresión de mis ideas esta tarde porque
yo nunca viví un minuto defendiéndome. Siempre puse todo
lo mío al servicio de las cosas de la colectividad, de honrada
manera, como yo pensaba.
Tal vez no resulte eficaz en mi defensa: pero están equivocados
todos los señores diputados. ¡Mi defensa! Digo aquí
una palabra más, que es el anuncio de mis deterninaciones, que
es el anuncio de la razón de mi actividad, que será la que
demuestra en cierta parte el justificativo de mi conducta.
No se mueve la Cámara por propia voluntad. No es cierto. No se
mueve el juzgado por propia voluntad. No es cierto. No tiene coraje judicial
el juez que ha mandado esa nota. Es de los que anduvieron en los pasillos
del Congreso este último tiempo, mendigando la ratificación
del nombramiento como una definición de que la justicia se condicionaba
al color político de quienes lo designaban.
¡Córno he de pensar que se mueven con sentido judicial! Son
aparcerías: pequeñas disminuciones: desjerarquizaciones
de la función judicial.
Tampoco creo que sea la voluntad soberana de la Cámara la que se
mueve ahora. Yo sé, me consta, qué directores políticos
actuales se han movido detrás de este proceso buscando ventajas
o aparcerías: que es la voluntad de sectores peronistas la que
resuelve el problema de esta tarde.
No es la voluntad de la Cámara. Lo saben bien los señores
diputados. Aquí se responde a una consigna: se cumple una consigna
y me parece bien. No lo reprocho. Reprocho el sistema. (...)
Demasiadas ventajas tiene el peronismo. Son excesivas las ventajas. El
Presidente o el jefe del paltido -no sé cuándo habla de
una o de otra manera, porque se confunde en los discursos-, ¿cómo
quiere que respondamos nosotros cuando dice que somos antipatrias? No
sé cómo tenemos que utilizar nuestro lenguaje para contestarle
cuando dice que somos traidores al país. ¿Qué lenguaje
hemos de usar para decirle al pueblo que no somos antiargentinos dentro
de la República? ¿Cómo tengo que conducirme en mi
oposición frente a un Presidente que confunde bandera y divisas,
se comporta como él quiere y agravia en las condiciones que se
le antojan? Es difícil la conducción y la réplica.
y entonces tenemos que tomarlo en conjunto, en su total personalidad.
Al tomarlo como jefe de partido, como jefe de gobierno, no pedimos ventajas
ni exigimos definiciones previas. (...)
Señores diputados: óiganlo bien. Echan a un hombre a la
calle para vivir ustedes en libertad sin darse cuenta de que yo seguiré siendo libre, mientras todos ustedes quedan presos e incapacitados para
reaccionar.
Quién sabe si en lo recóndito de sus almas no están
trabajados por la preocupación de que quien faltaba hoy podría
correr mañana la suerte de este diputado radical. Es el país,
señor presidente, el que va entrando en un proceso de confusión.
Somos todos nosotros quienes nos vamos embarullando un poco en las realizaciones
argentinas. Todos somos responsables de algo en este proceso. Tal vez
éste sea un proceso de esclarecimiento argentino que necesariamente
deba hacerse a través de la confusión.
Si ésta fuera una revolución auténticamente argentina,
triunfante y orgullosa, abriría las puertas a la prédica,
a la difusión de ideas, al entrechocar de pasiones, al decir y
al dejar decir; para que el pueblo, en definitiva, fuera quien resolviera
si están bien o mal en la conducción quienes conducen. Pero
de esta manera, de un modo u otro, se llega al plebiscito unilateral,
a la intimidación, para que la conciencia argentina, en vísperas
electorales, no sea considerada como la de una ciudadanía sino
como la de un rebaño.
Nosotros no lo queremos. Hasta el último instante de nuestra lucha
estaremos en esta situación, porque no queremos agraviar a nadie.
¡Lo único que queremos evitar es que este gobierno revolucionario
se encuentre desacatado contra la República! Se lo está
cuando arbitrariamente se buscan medios extraordinarios que no se necesitan
para la conducción de un buen gobierno; se está en la contrarrevolución
cuando se intimida, se persigue, se controla y se espía. (...)
Yo, señor presidente, hace tres años que estoy en este tipo
de lucha, pero vengo desde lejos. No he aprendido todo lo que puede hacer
un oficialismo desbordado, pero estoy resuelto a sufrirlo todo para que
no lo tengan que sufrir las generaciones futuras. Nosotros estamos trabajando
para el porvenir y hemos renunciado a nuestra comodidad personal. ¡Nosotros
tenemos sentido de futuro, no barriga de presente!.
Por eso somos esto; por eso somos este renacer de la esperanza argentina.
Antes nosotros éramos pocos y ustedes muchos. ¡Sería
conveniente que se entretuvieran en averiguar por qué ahora nosotros
vamos siendo más, y ustedes menos!
No pienso que se busca la eliminación de un hombre para marchitar
este renacer argentino. Sería hacerle poco favor a la recuperación
moral del país, que viene sola, espontánea y vibrante porque
ese es el destino de la nacionalidad. Hablamos frente a las multitudes,
y si nos aplauden no es porque encuentren en nuestras expresiones una
verdad desconocida, sino porque quien habla en alta voz está interpretando
el pensamiento de los que no tienen necesidad u ocasión de decirlo
directamente.
Nosotros no estamos acertando con el alma de la ciudadanía argentina;
sólo estamos diciendo, en alta voz, lo que ya está pensando
la ciudadanía de la República.
La Cámara resuelve mi propia detenninación. ¡Está
equivocado el señor juez si piensa que yo habré de ir ante
él a prestar declaración indagatoria o a ofrecer pruebas!
¡Cómo habría de hacerlo, señores diputados,
si la Cámara de Diputados de la Nación condena sin pruebas!
Si el Parlamento de la República es insensible, ¿cómo
le daré posibilidades a un juez, para que disminuya a la Cámara?
¡El proceso está terminado, definitivamente concluido!. La
Cámara suspende a un diputado por esas constancias leídas.¡Yo
no le voy a hacer el agravio de colocar al juez en condiciones de decir
cosas distintas!.
La Cámara no ha preguntado al inculpado cuáles fueron los
términos de su discurso. Yo creo que eso significa tanto como notificarme
que es inútil que se lo diga al juez. ¡Tampoco se lo diría,
por el respeto que tengo por el Congreso de la Nación Argentina!.
Yo iré, como lo he prometido, sólo a decirle al juez : "aquí
me tiene; no declaro, ni pruebo, condene, porque ya me condenó
la Cámara de Diputados de la Nación".
¡Cómo voy a hacer responsable a un empleado judicial! Este
es el destino del proceso, y así tiene que terminar: Cuando el
señor diputado por la mayoría fundamentaba el pedido de
mi suspensión, yo lo consideraba como la acusación del fiscal que habrá de venir a ese sumario. ¡Quiera
el destino que a aquél no le tiemble la mano y diga cosas idénticas!
Hay hombres en la vida pública que no pueden entrar en triquiñuelas
judiciales. ¡Yo no puedo ir a decirle a ese juez que tengo testigos
para decir que esa policía miente! ¡Cómo no ha de
mentir si está pagada por quienes me acusan!. Yo no voy a buscar
ciudadanos dignos para ir a custodiar mi dignidad, porque la de ellos
es la mía. Si yo soy expulsado de la Cámara de Diputados
de la Nación el agravio es para ellos, y después para mí;
pero esto último no tiene importancia (...)
Desde 1930 el radicalismo está detenido en el tiempo. Lo
saben muchos de los señores diputados, a quienes yo he visto luchar
a mi lado durante trece años. Ellos pueden criticar al radicalismo
de hoy en adelante, pero no es justo ni razonable decir que él
estuvo con las oligarquías, con la prepotencia y el capitalismo,
cuando saben que toda la generación del 30 viene bregando por encontrar
la posibilidad de realizar la gran revolución demorada del radicalismo.
Como no somos egoístas, y como tenemos rotos los relojes y los
almanaques, yo he dicho esto que repetiré en todas partes: ¡el
radicalismo debe al país una revolución social, la realización
total de su programa, que lo realizará pese a los procesos por
desacato! ¡El deberá ser cumplido, porque es un designio
argentino!. Yo comprendo que muchos de ustedes tuvieron nuestras mismas
inquietudes y afanes, y que en un determinado momento creyeron que ese
era el camino para realizar la revolución demorada del radicalismo.
Nosotros sabíamos que no, y que nos quedamos. Muchos de ustedes
se fueron creyendo que allí estaba la gran estabilidad. Ya tres
años de realización revolucionaria yo pregunto si la legislación
actual que dicta este Parlamento, si el régimen de prohibición
que existe en el país, y la traba a la difusión de ideas,
si el control de la radio, si el monopolio de producción, si el
régimen legal y económico del país puede ser la revolución
del radicalismo. Sin embargo, siguen caminando por la senda del error,
perdiendo esfuerzos y gastando tiempo.
Todos los triunfadores, señor presidente, tienen la creencia de
su perpetuidad; todos los triunfadores creen que vivirán su vida
entera en el triunfo. Cuando una minoría les dice que están
equivocados y que algún día los vencerán, se ríen,
como se ríen todos ustedes ahora. ¡Así se reía
otro oficialismo de mi provincia que nos gobemó durante 13 años
con el fraude cuando pensaba que aquello era para toda la vida! Ahora,
en esta época y en este tiempo, con idéntico optimismo,
ustedes ven la posibilidad de sobrevivir: Pero nosotros, que tenemos la
vieja experiencia de nuestros sacrificios, sabemos que esto termina, y
como no trabajamos para nosotros, sabemos que nuestros hijos llegarán
a tiempo.
Estas son las cosas que de una u otra manera decimos en las calles: éstas
son las cosas que de una u otra manera seguiremos diciendo en todas las
tribunas. Si el señor Presidente quiere una oposición débil
tengo que llegar a reconocer que no es tan fuerte como parecía,
o que, por lo menos, no siente la argentinidad como yo la siento; no tiene
el coraje civil que nosotros desparramamos por todas partes. Son dos concepciones
distintas. Por eso usamos dos lenguajes diferentes y somos dos posibilidades
diferentes.
Yo pregunto: si a un ministro se le pudiera hacer proceso por desacato, ¿hubiera procesado este oficialismo al Ministro de Educación
cuando dijo todas esas monstruosidades de la oposición, no con
lenguaje de maestro, sino con un idioma de analfabeto?
Quieren decir que tienen y quieren una ventaja extraordinaria. ¿Nos
puede agraviar el Presidente en su doble condición; también
puede aludirnos su esposa en su doble condición: de esposa y de
dueña de Trabajo y Previsión mediante la ayuda social; puede
injuriarme el señor Teisaire, senador y jefe del Partido Peronista
?
Si a mí me expulsan de la Cámara por definir ideas, no sé
qué debiera hacerse con el presidente del partido peronista si
fuera diputado de la oposición al amenazar de hecho a toda la ciudadanía
libre de la República.
¿No ve, señor presidente, que son difíciles las cosas
y las situaciones? Yo sé que pierdo el tiempo en cuanto signifique
pretender variar este espectáculo y la decisión que ha de
tomar la Cámara. Pero estoy ganando tiempo porque tenemos resuelto
no perder un minuto para decir estas cosas argentinas. Aquí, en
la calle o en la cárcel. A veces es necesario que en un país
entren algunos dignos y libres a la cárcel para conocer dónde
irán después los delincuentes de la República.
Yo sé, señor presidente, que todo esto suena ridículo
para algunos; quiero creer que mueve a preocupación a otros. Ridiculez
para todos los resentidos sociales, para los que van a ir con alegría
de mueca a verme entrar y a quienes yo encontraré allí mismo
cuando tenga que salir. Alegría de resentidos que es tristeza contenida,
y por eso es mueca. Preocupación para otros, austera preocupación
para los que meditan y comprenden.
No busco la posibilidad de que ellos vengan; nosotros queremos que venga
el pueblo. Lo único que deseo es que puedan modificar el criterio
del gobierno para salvar a tiempo los prestigios del país, maltrechos
por esa revolución que era su orgullo.
No me detendré, señor presidente, en la puerta de mi casa
a ver pasar el cadáver de nadie; pero tenga la seguridad señor
presidente, que estaré sentado en la vereda de mi casa viendo pasar
los funerales de la dictadura para bien del país y para honor de
la República y de América. Si con irme de aquí pago
precio como cualquier otro de los luchadores de mi partido; si este es
el precio por el honor de haber presidido este bloque magnífico,
que es una reserva moral del país, han cobrado barato; fusilándome,
todavía estaríamos a mano. Nada más.... "