Hacer referencia al apellido Pueyrredón
implica necesariamente transportarnos mentalmente hasta los mismos orígenes
de la argentinidad. En efecto, puesto que en él se condensan todos
los valores y principios constitutivos del espíritu de la emancipación
nacional y la organización constitucional de la República
Argentina.
Mencionar a Pueyrredón significa recordar a Juan Martín
de Pueyrredón, el héroe de la reconquista de Buenos Aires
en tiempos de las invasiones inglesas; que luego fuera el Director Supremo
que fue jefe político de la campaña libertadora llevada
a cabo por don José de San Martín y animador de la declaración
de nuestra independencia, presidiendo así los primeros y balbuceantes
pasos de esta incipiente Nación.
También es recordar a José Cipriano Pueyrredón, héroe
de las guerras de la independencia y además a Manuel Alejandro
Pueyrredón, coronel del ejército de Los Andes que acompañó
a San Martín en la cruzada de la libertad americana.
Y también a Prilidiano Pueyrredón y su legado artístico
y a José Hernández Pueyrredón, el poeta del Martín
Fierro y a Adolfo Pueyrredón, luchador por una república
constitucional que sufrió persecución y exilio durante la
tiranía de Rosas.
En las páginas que siguen abordaremos la personalidad y el pensamiento
vivo de otro de los portadores del ilustre apellido: Honorio Pueyrredón.
De dilatada y prolífica trayectoria cívica que trasunta
más de medio siglo de historia argentina, Honorio Pueyrredón
fue un verdadero prohombre de la república, insigne exponente de
la Unión Cívica Radical, agrupación a cuyo servicio
consagró sus mejores años, y fiel intérprete del
pensamiento yrigoyeneano.
Nació en San Pedro, Provincia de Buenos Aires, el 9 de julio de
1872, como si su llegada a este mundo en día patrio fuera un signo
de la Providencia para indicar el alto sentido nacional que habría
de caracterizar su vida y su obra.
Era sobrino nieto del General Juan Martín de Pueyrredón,
que fuera Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de
la Plata. Su abuelo fue José Cipriano Pueyrredón, otro gran
patriota y distinguido soldado de las guerras de la independencia. Su
padre era Adolfo Pueyrredón, el exiliado antirrosista que vivió
en Brasil dieciseis años, donde se casó con Idalina Carneiro
da Fontoura.
Cuando los clarines de la batalla de Caseros anunciaron la victoria del
General Justo José de Urquiza sobre Juan Manuel de Rosas, Adolfo
y su familia pudieron retornar a la Patria radicándose en la localidad
bonaerense de San Pedro.
Honorio Pueyrredón sabría hacer honor y mantener en alto
el nombre de sus egregios antepasados. Como estudiante obtuvo siempre
las mejores calificaciones, graduándose como Abogado con diploma
de honor en la Universidad de Buenos Aires.
En 1897 contrajo enlace con Julieta Meyans Argerich, su extraordinaria
compañera y colaboradora de todas las horas de su vida, que supo
soportar a su lado las amarguras de la persecución, la cárcel
y el destierro con enorme entereza. Juntos formaron una hermosa familia
con siete retoños: Esther, Julia Elena, Raquel, Horacio Honorio,
Angélica, Ricardo Honorio y Martha.
Más tarde, a comienzos del siglo XX, obtuvo por concurso una cátedra
de Procedimientos Judiciales en la Facultad de Derecho de Buenos Aires,
siendo el primero en el país en acceder a ella por ese mecanismo,
desarrollando una descollante actividad académica.
Su sentido del derecho y del patriotismo lo inspiró para comprometerse
de lleno en la labor militante, siendo adherente de la Unión Cívica,
surgida al calor de la reivindicación del inalienable derecho del
pueblo a elegir con su voto a quienes conducen los destinos del país.
Su posterior adhesión al radicalismo obedeció a la convicción
que expresaría años más tarde en numerosas asambleas
y actos populares, en el sentido de que "no es simplemente un sentir
político o una tendencia. El Radicalismo es una religión
de amor a la Patria, de legalidad y justicia en las instituciones y solidaridad
social en la democracia, es el culto cívico de los que creen en
los derechos del hombre ".
Cuando en 1916 triunfó la Unión Cívica Radical en
los primeros comicios realizados bajo la Ley Sáenz Peña
de voto universal, secreto y obligatorio consagrando presidente de la
Nación a Hipólito Yrigoyen, éste le ofrece a Honorio
Pueyrredón el Ministerio de Agricultura. Más tarde, debido
a la renuncia del canciller Carlos Becú, pasó a desempeñarse
como Ministro de Relaciones Exteriores y Culto. En ambas funciones puso
al servicio del país su experiencia en la problemática rural
y sus profundos conocimientos del derecho internacional. Le correspondió
así ser protagonista de "La Reparación" llevada
a cabo por el Presidente Yrigoyen, aportándole a la gestión
su sentido del deber, su vocación democrática, su fe en
los principios radicales y su coraje patriótico.
La primera Guerra Mundial que azotó al viejo continente entre 1914
y 1918 hizo pasar momentos muy difíciles a la República
Argentina como los episodios en torno al hundimiento de dos buques argentinos.
el "Monte Protegido" y el "Toro". El Canciller Pueyrredón,
con su clara inteligencia y su visión de estadista comparte la
política de neutralidad inspirada por Yrigoyen conservando intacta
la altiva dignidad nacional.
Finalizada la Gran Guerra, a Pueyrredón le cupo el honor de presidir
la delegación argentina en la asamblea constitutiva de la Sociedad
de Naciones en Ginebra. Allí actuó como vocero del pensamiento
yrigoyeneano al sostener la necesidad de construir la paz sobre las bases
de un orden político mundial sostenido en la equidad y la justicia,
sentando el principio de igualdad soberana de todas las naciones, grandes
y pequeñas, vencedoras y vencidas.
Al no resultar aprobada la propuesta argentina brillantemente defendida
por Pueyrredón, y en cumplimiento de instrucciones presidenciales,
la delegación nacional se retiró del organismo internacional.
La postulación argentina en la asamblea de la Sociedad de Naciones
de 1920 fue sin dudas profética. No era posible la paz si no se
removía la injusticia y la humillación de los vencidos.
Apenas tres lustros más tarde el nazismo ensangrentaba nuevamente
Europa y el mundo marchaba a una nueva y más violenta conflagración.
Desde su alta cátedra, Pueyrredón fue portavoz de la doctrina
internacional de la Unión Cívica Radical: la autodeterminación
de los pueblos, la no intervención en asuntos extranjeros, la neutralidad,
la defensa de la soberanía nacional, la unidad latinoamericana.
Finalizado el mandato de Yrigoyen, el Presidente Marcelo Torcuato de Alvear
lo designa en 1923 como embajador en los Estados Unidos de América,
donde desarrolla una notable labor diplomática. En 1928 es designado
representante argentino en la Conferencia Panamericana de La Habana. Allí
sostuvo la tesis "que la intervención diplomática o
armada, permanente o temporal, atenta contra la independencia de los Estados,
sin que la justifique el deber de proteger el derecho de los nacionales,
ya que tal derecho no podrían a su vez ejercitarlo las naciones
débiles cuando sus súbditos sufrieran daños por convulsiones
en las naciones fuertes".
Las circunstancias políticas habían cambiado. El gobierno
argentino desautorizó a su representante y al no poder hacer prevalecer
este democrático e igualitario principio, Honorio Pueyrredón
abandonó la Conferencia, renunciando al cargo de embajador en USA
y retornó al país para retomar su labor profesional.
El golpe militar del 6 de setiembre de 1930 encabezado por el General
José Félix Uriburu que derrocó al segundo gobierno
de Hipólito Yrigoyen encontró a Pueyrredón alejado
de la actividad política militante. Pero comprendió rápidamente
el problema: estaba en juego el destino de la república y nuevamente
ingresó a la lucha política para rescatar a la Constitución
Nacional y a sus instituciones.
Sostuvo entonces: "No es esta contienda una simple lucha electoral en
ella se juega algo trascendental y grande para la Patria: se juega el
triunfo de la democracia o el retroceso de cincuenta años en nuestra
vida institucional".
La dictadura de Uriburu, convencida de que la caída de Yrigoyen
era el fin del Radicalismo, convocó a comicios en la provincia
de Buenos Aires para el 5 de abril de 1931. Honorio Pueyrredón
encabeza la fórmula para gobernador de la U.C.R. acompañado
por Mario Guido. Aceptó el puesto de lucha que le confirió
su partido y sorteando todos los obstáculos, las violencias y las
trampas tendidas por el Régimen y, "las comunas y las chacras",
al decir de Ricardo Rojas, le dieron el triunfo al Radicalismo en las
elecciones bonaerenses. Era "el triunfo de la revolución del
derecho contra la revolución de la fuerza", según dijera
el mismo Pueyrredón.
Ante tan inesperado y adverso resultado, el gobierno de facto anuló
la elección violentando el pronunciamiento popular. Nuevamente
se desató una ola represiva contra el Radicalismo y sus hombres.
Honorio Pueyrredón fue desterrado junto a otros importantes dirigentes.
El Brasil, fraterno y acogedor, recibe a otro Pueyrredón, hijo
de aquél que también por defender la libertad de su Patria
sufrió las mismas injusticias casi un siglo atrás.
Casi un año dura la ausencia de Pueyrredón del país
y cuando regresa, se incorpora nuevamente a las filas de la U.C.R. Es
elegido entonces presidente de la Honorable Convención Nacional
partidaria.
A esta altura, Honorio Pueyrredón se convirtió en la más
auténtica encarnación del pensamiento yrigoyenista. Sostuvo
pues que "Al decir radical se dice intransigente y al decir que no
es intransigente, se dice que no es radical no se puede decir radicales
intransigentes y no intransigentes. Radical e intransigente es una sola
cosa".
Su consecuencia y su lealtad con los principios doctrinarios le valieron
vejámenes, vituperios, fraudes, persecuciones, confinamientos.
Nada de eso lo arredró. Fue fiel a sus convicciones aún
a costa de perder comodidades y posiciones personales. Levantó
centenares de tribunas en todo el país para dirigir su palabra
orientadora a millares de ciudadanos ávidos de libertad. Luchó
tenazmente contra el fraude electoral que suplantaba y desnaturalizaba
la soberanía popular. Reclamó a los gobernantes honradez
administrativa. Sufrió por ello nuevas prisiones y deportaciones:
preso en Martín García, confinado en San Julián y
en Ushuaia.
Pueyrredón tuvo la entereza como para resignar candidaturas y posiciones
de poder para los que contaba con sobrados méritos. "Ninguna
posición, por alta que ella sea, tiene valor si se adquiere al
precio de una declinación individual o colectiva", sostuvo.
Y le sobró coraje para aceptar representaciones que constituían
un acto de servicio o un puesto de lucha cuando estaba en juego el destino
de la Patria y la República.
Toda su vida fue un infatigable defensor del pueblo, de la justicia y
de la libertad.
El 23 de setiembre de 1945, rodeado del afecto de sus familiares y el
respeto y admiración de sus conciudadanos, Honorio Pueyrredón
dejó de existir. Preocupado por el destino del mundo y de la Argentina,
con su último aliento dejó una frase que denotaba su vocación
de lucha: "El mundo se incendia! Mañana realidad! Por
favor, no me dejen ir! ".