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Balbín:
el triunfo del diálogo
"Qué
buena noche eligieron los amigos para estar en Punta Lara". No podía
sino sonar a chiste, ya que se trataba de una noche con sudestada, allá
por el mes de noviembre del año pasado. Entró menudo, sencillo,
con sus pulgares en los bolsillos, sonriente. Iniciábamos una reunión
un grupo de gremialistas con Ricardo Balbín.
Fue fácil el diálogo. Lo inició con su inagotable
y rico anecdotario. Habló de Perón, de su tiempo, de los
duros, de la reconciliación de la familia argentina. Y lo fue penetrando
con la actualidad, se fue apasionando, se fue transformando en Balbín.
¿Cómo lo esperaban los gremialistas? ¿Cuál
era, en general, en los medios sindicales, la imagen de Balbín?
Naturalmente, reconoció etapas. Muchos lo recuerdan en las etapas
duras del enfrentamiento. Muchos, en la etapa de la reconciliación.
En las etapas del enfrentamiento fue duro, brioso, peleador. Su oratoria
fogosa convertía en barricadas las tribunas electorales. No pidió
ni dio cuartel en lo que consideró el innegociable ideario de sus
principios. No le anduvieron con remilgos de nuestro lado. Fue huésped
de la Cárcel de Olmos. Pero en el fragor de la lucha, se le reconocía
al adversario de temple, el "no te quiero, pero te respeto".
Fueron los desgraciados años del desencuentro, en esa fatalidad
en que los pueblos que quieren emerger de la dependencia, pagan el tributo
secular de la experiencia histórica. Luego, fuimos aprendiendo,
con nuevos errores y desencuentros, que en la unidad de los argentinos
estaba el secreto principio de la fórmula para ser nación
en plenitud. En eso, desgraciadamente, aún estamos. Es otra parte
de la historia.
Después vino la reconciliación.
Aún no ha sido valorada esa gigantesca actitud. Contrariamente
a la actitud de los conductores, que, interpretando el signo de los tiempos,
presiden lo que clama la realidad, ellos, Perón y Balbín,
cumplieron el papel de precursores.
Lo que eso les significó a ambos, lo que debieron enfrentar y convencer,
fue tarea de grandes, de verdaderos caudillos. Y lo lograron. El gesto
del abrazo en Gaspar Campos, la despedida de los restos de Perón
en el Congreso, sellaron la unidad histórica de las grandes corrientes
nacionales. De ahora en más, no logrará el enemigo del interés
nacional, aquellos que pretenden aherrojar la voluntad del pueblo para
la dictadura de las elites, enfrentar a un radical y un peronista. Por
el contrario, los encontrarán, en las encrucijadas bravas y definitorias
de la nacionalidad, codo a codo, en una misma fila.
En el último tramo del gobierno Justicialista trató, y no
pudo. Acompañó todo lo que fue posible. Nadie podrá
negarle la lealtad de los gestos y actitudes en aquellos momentos; también
es otra parte de la historia.
Emergió entonces como el último gran caudillo de los argentinos.
Los peronistas, sin abdicar ni dudar un ápice de su convicciones
y lealtades, le reconocieron el poder y enorme autoridad de convocatoria.
Los otros sectores nacionales ni lo dudaron. Y a su través, después
de un largo, tremendo, enrevesado lustro, emergió como el gran
patriarca de la familia política, y la Multipartidaria fue su gran
obra póstuma.
Así lo visualizan a Ricardo Balbín los cuadros sindicales.
Así lo respetaron. Así acompañan hoy con dolor y
recogimiento esta grande pérdida.
Pero que nadie pretenda que a través de esta ausencia que agobia,
pueden penetrar la debilidad o el derrotismo. Deja un mensaje señero
a sus partidarios. Concuerdan con su pasión y proyecto quienes
no lo somos. Los cuadros sindicales y políticos no radicales, saben
y deben poner comprensión y esfuerzo para que la Multipartidaria
devenga en Multisectorial, que asegurará la presencia fuerte y
decisoria del pueblo en el destino de la nación. Los radicales
deben evitar que lo "canonicen" a su caudillo, que no fue un
"moderador" como quieren quienes lo pretenden con un mensaje
de pasividad, sino un reforzador, que buscó -más allá
de las diferencias de enfoque- la transformación de su país.
Aquellos que lo vimos en Punta Lara, la noche de la sudestada, lo volvimos
a ver hace más de un mes. Acostado, nos recibió en una salita.
Ya estaba entrando en su etapa final. Comenzó con su sencillez
a través de sus chistes y anécdotas a adentrarnos en la
ardiente realidad del presente, y lentamente se fue apasionando, se fue
transformando en Balbín. A la salida, uno de los compañeros,
sintetizó reflexionando: "Qué gran viejo, qué
viejo macanudo!".
Puede descansar en paz Ricardo Balbín. Será muy difícil,
imposible, que el enemigo del pueblo, con el que no tuvo tregua, pueda
confundirnos y ver a sus radicales enfrentados con los peronistas. La
unidad del pueblo ya está lograda. Por eso, estos caudillos no
mueren.
(Abril
de 1982)
Texto extraido del libro de Antonio Balcedo:
Miedos, Broncas y Esperanzas
Mirando el País desde el sindicalismo
1979-1993
http://www.peronismoperonista.laplata.net/personajes/balbin.htm
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