RICARDO BALBÍN

orador de la República

 

Por José González Ledo

"El silencio de la tumba lleva en sí tu voz como el nido la música de los pájaros" Rabindranath Tagore.

El estilo de un orador es síntesis de la riqueza y dominio del lenguaje, reflejo de su cultura y culminación de sus aspiraciones estéticas; si carece de seguridad y belleza en la expresión no alcanzará el ámbito de la elocuencia y tendrá vedado el camino para conmover a su auditorio y penetrar en su espíritu.
Las virtudes que definen al orador de raza armonizaban espléndidamente en la personalidad de Ricardo Balbín y unidas a la impresión de simpatía, confianza y moderación que inspiraba su presencia, lo destacaron como el más importante tribuno de la República.
En la plaza pública o en el Parlamento, sus discursos revelaban al orador clásico persuadido de las reglas prescriptas por los griegos para dar coherencia a la exposición y desarrollo de las ideas. Sabía derramar en odres viejos la esencia del pensamiento nuevo conformado a las exigencias de nuestros días.
La sencillez de su palabra propia de las mentes lúcidas fue el esmalte embellecedor de sus proposiciones. Habló siempre y sin excepción para todos y todos lo comprendían. Esa actitud de alta docencia política incluía en sí una de sus preocupaciones que resolvía, no obstante, con inimitable facilidad.
En horas dramáticas para la nación señaló rumbos sin gestos presuntuosos. Sus oraciones traducían el mensaje de un vigía erguido sobre la dura realidad, escrutador de limpios horizontes.
Con la rectitud inalterable de su conducta cívica, la franqueza en transmitir sus convicciones más íntimas, la fe en el destino de la democracia republicana, conquistó amigos entre sus adversarios políticos. Los incurables detractores de turno fueron censores contumaces ya relegados al tumulto y al olvido.
Realizó consientemente enormes sacrificios políticos que no fueron interpretados con dignidad. Hubo un exceso de miopía espiritual que impidió reconocer la sinceridad de sus decisiones y la magnitud del coraje civil para adoptarlas.
Era común y acaso inevitable en su incesante discurrir la invocación al tiempo, pluralizado con intención abarcadora de memorables días en contraste a la angustiosa incertidumbre del presente. Luchador por antonomasia no desesperó de la victoria final de la justicia. ¡Creía firmemente en el alba gloriosa de la humanidad!
Su amor al pueblo fue raíz y estímulo de su acción destinada a ubicarlo en el plano de la consideración y respeto debidos, como punto de partida para ejercer el más amplio dominio de las oportunidades del progreso, en todos los órdenes.
El fervor de los años juveniles testimonio de condiciones propicias para la gestión pública, devino en prudencia y discernimiento, en el estadista de las grandes concepciones.
La Asamblea de la Civilidad, la Hora del Pueblo y la Multipartidaria son hitos de una evolución trascendente en la política nacional. El tiempo, dilucidador cuidadoso y exacto dará a esas creaciones un lugar preponderante en nuestra historia, exponiendo la belleza y la estatura moral del genio de Balbín.
A la manera de nuestros abuelos que concedían a la palabra dada la solemnidad de una promesa insoslayable, él supo respaldar la suya con idénticas responsabilidades. Poseía un juicio estricto y neto de los compromisos y consecuentemente la aptitud para mantenerlos y cumplirlos.
Con ánimo peyorativo la estulticia de algunos lo motejó de guitarrero, pretendiendo disminuir al orador cuya voz
llegaba mansamente al corazón de su pueblo. Si Balbín llevaba una guitarra en el alma debió ser de tales calidades que merecia, unicamente, un intérprete delicado y sensible de su estirpe para arrancarle el secreto de las melodías que eran el deleite de quienes lo escuchaban.
En la historia de la Unión Cívica Radical y en sus batallas por la Libertad y la Justicia, encontró el hontanar en donde renovar alientos y proseguir la marcha sin reparar en fatigas ni obstáculos.

JOSÉ GONZÁLEZ LEDO, 1984.

Texto acercado por Jorge Tellería.