"El
silencio de la tumba lleva en sí tu voz como el nido la música
de los pájaros" Rabindranath Tagore.
El estilo
de un orador es síntesis de la riqueza y dominio del lenguaje,
reflejo de su cultura y culminación de sus aspiraciones estéticas;
si carece de seguridad y belleza en la expresión no alcanzará
el ámbito de la elocuencia y tendrá vedado el camino para
conmover a su auditorio y penetrar en su espíritu.
Las virtudes que definen al orador de raza armonizaban espléndidamente
en la personalidad de Ricardo Balbín y unidas a la impresión
de simpatía, confianza y moderación que inspiraba su presencia,
lo destacaron como el más importante tribuno de la República.
En la plaza pública o en el Parlamento, sus discursos revelaban
al orador clásico persuadido de las reglas prescriptas por los
griegos para dar coherencia a la exposición y desarrollo de las
ideas. Sabía derramar en odres viejos la esencia del pensamiento
nuevo conformado a las exigencias de nuestros días.
La sencillez de su palabra propia de las mentes lúcidas fue el
esmalte embellecedor de sus proposiciones. Habló siempre y sin
excepción para todos y todos lo comprendían. Esa actitud
de alta docencia política incluía en sí una de sus
preocupaciones que resolvía, no obstante, con inimitable facilidad.
En horas dramáticas para la nación señaló
rumbos sin gestos presuntuosos. Sus oraciones traducían el mensaje
de un vigía erguido sobre la dura realidad, escrutador de limpios
horizontes.
Con la rectitud inalterable de su conducta cívica, la franqueza
en transmitir sus convicciones más íntimas, la fe en el
destino de la democracia republicana, conquistó amigos entre sus
adversarios políticos. Los incurables detractores de turno fueron
censores contumaces ya relegados al tumulto y al olvido.
Realizó consientemente enormes sacrificios políticos que
no fueron interpretados con dignidad. Hubo un exceso de miopía
espiritual que impidió reconocer la sinceridad de sus decisiones
y la magnitud del coraje civil para adoptarlas. Era
común y acaso inevitable en su incesante discurrir la invocación
al tiempo, pluralizado con intención abarcadora de memorables días
en contraste a la angustiosa incertidumbre del presente. Luchador por
antonomasia no desesperó de la victoria final de la justicia. ¡Creía
firmemente en el alba gloriosa de la humanidad!
Su amor al pueblo fue raíz y estímulo de su acción
destinada a ubicarlo en el plano de la consideración y respeto
debidos, como punto de partida para ejercer el más amplio dominio
de las oportunidades del progreso, en todos los órdenes.
El fervor de los años juveniles testimonio de condiciones propicias
para la gestión pública, devino en prudencia y discernimiento,
en el estadista de las grandes concepciones.
La Asamblea de la Civilidad, la Hora del Pueblo y la Multipartidaria son
hitos de una evolución trascendente en la política nacional.
El tiempo, dilucidador cuidadoso y exacto dará a esas creaciones
un lugar preponderante en nuestra historia, exponiendo la belleza y la
estatura moral del genio de Balbín.
A la manera de nuestros abuelos que concedían a la palabra dada
la solemnidad de una promesa insoslayable, él supo respaldar la
suya con idénticas responsabilidades. Poseía un juicio estricto
y neto de los compromisos y consecuentemente la aptitud para mantenerlos
y cumplirlos.
Con ánimo peyorativo la estulticia de algunos lo motejó
de guitarrero, pretendiendo disminuir al orador cuya voz
llegaba mansamente al corazón de su pueblo. Si Balbín llevaba
una guitarra en el alma debió ser de tales calidades que merecia,
unicamente, un intérprete delicado y sensible de su estirpe para
arrancarle el secreto de las melodías que eran el deleite de quienes
lo escuchaban.
En la historia de la Unión Cívica Radical y en sus batallas
por la Libertad y la Justicia, encontró el hontanar en donde renovar
alientos y proseguir la marcha sin reparar en fatigas ni obstáculos.